Este recorrido es uno de los más interesantes si visitáis las Rias Baixas. Partiendo de la localidad de Baiona (que ya hemos descrito anteriormente) nos dirigimos hacia A Guarda por la carretera de la costa. Es esta una carretera que bordea el mar y en algunos momentos casi puedes tocarlo desde la ventanilla del coche. Es una ruta paisajísticamente muy bella.
A Guarda es un pequeño puerto pesquero donde merece la pena bajar al puerto y sentir el olor del salitre. También se puede ver a los marineros de piel curtida preparar sus artes de pesca rodeados de gaviotas. Si vuelves la vista desde los muelles del puerto verás como las casas multicolor cuelgan por la ladera hasta caer sobre el puerto.
A Guarda es también el último concejo antes de llegar a la desembocadura del Rio Miño y por lo tanto a la frontera con Portugal. Queríamos ver ese punto donde las aguas dulces del Miño se unen con las saladas del Atlántico y la intuición nos llevó a continuar con el coche a la salida del puerto de A Guarda a través de una desvencijada carretera que indicaba “circunvalación”. Continuaron las preciosas vistas del Atlántico. En días de mala mar esas carretereras deben ser todo un espectáculo. Esta carretera bordea el monte de Santa Tegra (del que hablaremos más adelante) para, llegando al término de Camposancos, obtener una preciosa vista de la arribada del Miño al Atlántico. Los pequeños complejos vacacionales, bastante bien integrados en el entorno, están sustituyendo a los carros de los astilleros. Hay muy poca gente y se respira una tranquilidad especial. El Miño llega tranquilo y majestuoso a su encuentro con el mar vigilado por el fuerte de la isla de su desembocadura y dejando al frente la costa portuguesa.
En Camposancos podemos encontrar también el transbordador que nos lleva a Portugal y también visitas en barco por la desembocadura del Miño.
Mención aparte merece el estratégico monte de Santa Tegra que, por el módico precio de 80 céntimos de euro, permite visitar un conjunto de lugares que muestran la importancia de este monte a través de los tiempos. Así nos encontramos con un castro galaico-romano donde al parecer vivieron alrededor de tres mil personas, un viacrucis, la ermita de Santa Tegra y un museo. Es un lugar bastante curioso donde las prespectivas sobra la desembocadura del Miño, los montes de Portugal y los acantilados de A Guarda son impresionantes. Por indicar algo negativo las antenas de comunicaciones, los chiringuitos de venta de productos “típicos” y un par de restaurantes le quitan un poco el encanto de lo que debió ser en tiempos pretéritos, pero andando un poco por los alrededores seguro que se pueden encontrar lugares que nos retrotraigan en el tiempo.
Era hora de comer e intentamos comer en alguno de los restaurantes del monte pero nos parecieron un poco caros por lo que decidimos continuar hasta Tui y buscar allí un lugar para saciar nuestro apetito. Además tuvimos suerte y lo encontramos en el restaurante “O Pote” donde comimos bastante bien y nos trataron de maravilla por lo que lo recomendamos desde aquí.
La carretera de A Guarda a Tui tiene bastante tráfico y de hecho parece, por los carteles que nos encontramos, que los vecinos pedían una autovía. No se si estarán todos de acuerdo ya que este tipo de propuestas genera mucha polémica en otros lugares pero la verdad es que sufrimos mucho tráfico, sobre todo de camiones. De cualquier forma es una ruta que merece la pena y en la que vamos a poder ver muchos terrenos con cepas para las bodegas de Albariño. Un vino que está teniendo una evolución parecida al del Txakoli y quizás lo estén fastidiando haciendo un vino blanco de mesa normalito donde antes había un fresco vino con un cierto sabor afrutado. No lo se, no entiendo mucho.
Tui es una ciudad fronteriza, bastante moderna y bien cuidada donde el casco histórico recoge en un alto unas preciosas calles de edificios de granito y la Fortaleza-Catedral de Tui (entrada 2 euros, niños gratis). La catedral es un robusto edificio, antigua fortaleza, donde podemos destacar el claustro y el mirador, ambos muy bien cuidados y que nos permiten, desde el alto ver al Miño acercarse a su desembocadura y casi tocar con la palma de la mano los cercanos maizales portugueses. En frente también tenemos la pequeña población portuguesa de Valença do Castelo encerrada en sus murallas y a la que el poderoso puente de hierro la une con Tui. Esta visión generó en nosotros un efecto llamada que hizo que cruzáramos el puente y nos adentráramos en las murallas de Valença.
Hace unos años ese puente separaba dos pueblos, dos estados, dos culturas. El paso del deteriorado puesto fronterizo portugués me hizo ver el cambio. Ahora ese puente une, no separa.
Valença tiene dos partes, la antigua encerrada en la muralla y la contemporánea. La parte antigua es un recinto empedrado que tiene edificios alicatados con el clásico azulejo portugués blanco y azul, así como una pequeña aldea de blancas casitas encaladas cuyos bajos se dedican a la venta de las clásicas toallas portuguesas y la artesanía.
La vuelta a Baiona la realizamos por la moderna autovía que une Vigo y Pontevedra con Oporto.
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