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La tinta del txipiron

Azken denboraldi honetan oso famatua egin da “Squid game” (Txipiroiaren jolasa) Netflixeko telesail korearra eta gure artean kritika ugariak izan ditu, bereziki bere krudelkeriagatik. Gaur, hemen, beste ikuspuntu bat plazaratu nahi dut.

Ultimamente se está hablando mucho, y no siempre bien, de la serie coreana “Squid game“ que podemos encontrar en Netflix. Fundamentalmente ha sido criticada por su violencia explícita y gratuita. Igualmente se ha puesto el grito en el cielo por el efecto que, al parecer, está teniendo entre la población infantil.

Realmente creo que no hemos entendido nada y que estamos haciendo algo parecido a lo que hace el calamar/txipirón: utilizar su tinta para lanzarla contra el supuesto atacante con el objetivo de defenderse.

Tengo que decir que he visto la serie y que, sin ser una serie excelente, es muy interesante para reflexionar sobre ciertas cuestiones que nuestra sociedad occidental mantiene semiescondidas (bajo la tinta del chipirón) y sobre todo, desde el punto de vista de una sociedad como la coreana muy distinta a la nuestra. Tema este que creo que no se ha tenido en cuenta al criticar esta serie “sin perdon“.

Las historias de perdedores siempre han tenido éxito entre nosotros pero sobre todo si al final hay música de violines. En este caso la gran mayoría termina muriendo. Un baño de realismo. En esto hay cierta similitud con “Juego de Tronos” ya que si tienes cierta simpatía por algún personaje ¡ojo! que en el siguiente capítulo puede morir.

Creo que parte de las críticas que recibe provienen de una cierta “falta de costumbre” de ver obras fuera del ámbito anglosajón, cuestión esta que parece estar subsanándose gracias a la globalización de contenidos que están provocando las plataformas multimedia como Netflix, HBO, etc., que facilitan que producciones que pudieran quedarse en el ámbito local como “Squid game“, “Borgen“, “Homeland“, o incluso “La casa de papel” adquieran una relevancia global que permite, incluso con ayudas públicas como se viene haciendo en Corea del Sur, que la industria del cine, o quizás mejor, de los contenidos multimedia se desarrolle.

Estéticamente la serie está muy cuidada, el juego entre planos abiertos y planos cerrados desasosiegan al expectador. La fotografía cuidadamente extraña tiene referencias a mundos imposibles como los diseñados por Mauritius Escher.

Los colores, que en otro contexto serían símbolo de alegría, chocan con el espectador cuando te das cuenta de que quizás sea el último juego de muchos de los personajes.

Por otra parte algo que no he visto señalado en las múltiples referencias que podemos encontrar en la red es el trabajo cuasi etnográfico que realizan los guionistas sobre los juegos infantiles: el un dos tres karabin bon ban, la sokatira, las canicas. Sobre todo las canicas. Hay un capítulo que nos muestra múltiples formas de jugar.

Finalmente, me quiero referir a las críticas que ha tenido esta serie desde distintos grupos de padres y madres, incluso con exhortaciones a las familias desde algún centro escolar tras constatar que en los patios se juega ahora al “un, dos, tres karabin, bon, ban” simulando un disparo con los dedos a aquel al que se ha pillado moviendo.

Vamos a ver, no saquemos las cosas de quicio. La serie está indicada para mayores de 16 años, con referencias a violencia, lenguaje obsceno, etc., cuestión que se indica al inicio de cada capítulo. ¿Dónde estamos padres y madres a la hora de ver esta serie? ¿Nos hemos preguntado qué capacidad de acceso a contenidos digitales sin control estamos dando a los más pequeños?

¡Que la tinta del txipiron no nos ciegue!

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