Parece que todos los comienzos de curso el mayor problema de la educación es el peso y el coste de los libros de texto. Ahora los médicos proponen que se publiquen en fascículos mientras los editores afirman que los libros de texto no son para sacarlos a pasear y hay quien se atreve a proponer que sean entregados en un pendrive de 4 Gigas.
Para muchos compañeros y compañeras la imposible búsqueda del perfecto libro de texto es el pasatiempo preferido de la temporada primavera-verano pero, ¿nos hemos parado a pensar en su efectividad para el aprendizaje?
El peso a transportar o el coste de la bibliografía no son cuestiones baladís pero desde un punto de vista de profesionales de la educación nos debería preocupar más si nuestro alumnado aprende más y mejor con libros de texto que sin ellos; y yo no lo tengo nada claro. Es más, creo que dificultan el aprendizaje y hace tiempo que no los utilizo. Básicamente porque ninguno de los publicados colma mis expectativas pero aunque alguno se acercara tampoco lo utilizaría como "Biblia en verso" de la asignatura correspondiente. Quizás me compraría media docena de unidades para tenerlos en clase como consulta.
Creo que el uso indiscriminado del libro de texto en el aula no favorece la adquisición de una de las competencias básicas del siglo XXI: la gestión crítica de la información.
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